Por Jorge Omar Vázquez Varela
Ayer por la noche, en el Estadio Olímpico Universitario, Cruz Azul firmó una de las noches más memorables de su historia reciente. El contundente 5-0 sobre Vancouver Whitecaps selló su séptima conquista de la “CONCACAF Champions Cup”, una gesta que no solo es un título más para sus vitrinas, sino la reivindicación de un proyecto que empezó a gestarse con paciencia, visión y, sobre todo, resiliencia.
El doblete de Sepúlveda, los goles de Rivero, Bogusz y Faravelli coronaron una actuación redonda, digna de un equipo que supo reconstruirse tras momentos de profundo dolor deportivo. Porque apenas hace un año y medio, Cruz Azul era un club sumido en la incertidumbre: una final y una semifinal de Liga MX perdidas frente al eterno rival, Club América, dejaban una herida abierta. Aquel equipo dirigido por Martín Anselmi mostró temple, pero no encontró el camino al título, y su repentina salida dejó un vacío que muchos creían difícil de llenar.
Fue entonces cuando apareció la figura inesperada de Vicente Sánchez. Sin los reflectores de las grandes promesas ni los laureles de la experiencia, Sánchez asumió un reto que parecía titánico. Sin embargo, supo imprimirle al equipo carácter y convicción, superando incluso a su verdugo histórico en cuartos de final, el América, para finalmente alzar la copa.
Detrás de este renacer está el trabajo silencioso y meticuloso de Iván Alonso en la dirección deportiva. Desde su llegada, Cruz Azul ha apostado por la continuidad y la construcción de un plantel equilibrado y competitivo. La goleada de ayer no es un accidente: es la consecuencia de un proyecto bien ejecutado, con una base sólida y refuerzos precisos que entendieron el valor de la camiseta y la historia que representan.
Lo más emocionante es que este campeonato entusiasma aún más porque podría ser solo el inicio de un camino con nuevos títulos por conquistar. Con esta victoria, Cruz Azul no solo sumó su séptima estrella de la CONCACAF, sino que también aseguró su boleto para la Copa Intercontinental 2025 y el ansiado Mundial de Clubes 2029, dos escenarios que invitan a soñar con grandeza y a demostrar que este equipo tiene la madera para competir a nivel global.
Y es que Cruz Azul hizo del Olímpico Universitario su hogar en estos últimos meses, dándole un brillo especial al recinto que en época reciente no ha visto coronarse a los mismos Pumas. Bastaron seis meses para que La Máquina lograra lo que parecía lejano: un título internacional que devuelve la ilusión a su afición y coloca al club en el mapa del futbol mundial con un mensaje claro: Cruz Azul está de vuelta, y va por todo.









